Ver sin reconocer

Considerando que la esencia de una fotografía se encuentra en realidad en la esfera invisible la pregunta con la que el fotógrafo se enfrenta es: ¿cómo puede ser reconocida y capturada esta esencia? Y la respuesta es que tenemos que aprender a no reconocer.

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Pierre Poulain

El arquetipo utiliza numerosas formas materiales con el fin de expresarse, pero aunque las formas sean siempre diferentes, mediante su reconocimiento podemos catalogarlas. Las clasificamos y organizamos en categorías arbitrarias, como por ejemplo: retratos, paisajes, fotos de arquitectura, fotografía callejera, etc. Y una vez clasificadas, solemos comparar la fotografía que estamos a punto de tomar con las referencias catalogadas que guardamos en la memoria. 

 

El fotógrafo inicia un diálogo consigo mismo, algo así como: reconozco esta escena, es como una que ya he visto. En este caso, el reconocimiento podría llevarlo a tomar una nueva foto, que adquiriría un valor comparativo con la escena anterior, por ejemplo con una foto célebre. O bien al contrario, esto podría inhibir al fotógrafo de tomar la foto, porque podría llegar a considerar la nueva fotografía como una copia de otra ya vista. 

 

Por otro lado, incluso si el fotógrafo no tiene ningún tipo de referencia con que comparar su foto potencial, tendrá que decidirse a tomar la foto o no por diferentes razones. Puede no tomar la fotografía, ya que, al no tener una referencia con que comparar la escena, tal vez no le parezca muy interesante. Por el contrario, podría ver la escena como algo nuevo, algo que aún no ha sido fotografiado (si tal cosa es aún posible) y precisamente, por esta razón, querría presionar el obturador.

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En todos estos casos, el fotógrafo utiliza un proceso de reconocimiento para catalogar y comparar entre una posible foto y una referencia de la memoria. Una parte de este proceso puede ser consciente y otra inconsciente, pero el medio por el cual finalmente se decide si la fotografía vale la pena de ser tomada o no, es el mismo: la mente racional y analítica. La elección es, siempre en última instancia, el resultado de un proceso intelectual y esto limita la creatividad del fotógrafo en su posibilidad de percibir lo invisible, más allá de la apariencia de las formas reconocidas. El aspecto oculta la esencia, al igual que la máscara de nuestra personalidad oculta nuestra verdadera naturaleza espiritual a los ojos de los demás… y a los de nosotros mismos. 

 

En este caso, el arquetipo es la fuente de la idea o del sentimiento, es uno, pero sus expresiones son infinitas, por lo que puede estar presente, y de hecho lo está, en cualquier forma, así lo reconozcamos y cataloguemos o no. 

 

El peligro de tratar de reconocer si una situación es digna de captarse en una foto o no, consiste en que podemos acabar prestándole más atención a la forma, a la expresión de lo invisible en lo visible, que a lo invisible en sí. Al igual que un árbol puede ocultar el bosque, una forma puede ocultar la percepción de lo esencial. 

Así, con el fin de no perder la oportunidad de una buena imagen, lo que sería una fotografía con una evidente presencia de lo invisible, que produciría en el interior del espectador el nacimiento de un sentimiento o una idea, el fotógrafo debe tratar de no reconocer una escena, un evento o una situación. Debe utilizar una herramienta  no analítica, que sea capaz de percibir la verdad o la belleza del arquetipo, más allá de la apariencia de la forma y de su importancia visible y temporal. Esta herramienta se llama intuición.

 

Henry Cartier Bresson solía decir que “las masas y los volúmenes son más importantes que la historia que una fotografía narra”. Pierre Assouline decía: Una fotografía no está hecha de historias, sino a partir de líneas. 

 

Fotografiar con intuición está de alguna manera relacionado con la teoría budista del desapego, porque al igual que una persona tiene que actuar sin apegarse a los resultados de sus actos, el fotógrafo tiene que actuar – por lo tanto, tomar una fotografía – sin apegarse a lo que está viendo. De hecho, el fotógrafo toma la foto cuando “ve” lo invisible emergiendo en lo visible, y para esto tiene que ver con los ojos del alma, con la intuición.

 

La fotografía se convierte así en una forma para que el arquetipo forje su camino en el mundo visible y temporal, y por lo tanto mirar la fotografía despertará un sentimiento profundo y misterioso, que es el eco del mismo arquetipo dentro de nosotros.

 

Como las fotografías son representaciones del mundo sensible y visible, siempre representarán partes de un evento, pero el catalizador para tomar la foto puede no estar vinculado de manera alguna con el evento en sí.

Esto no quiere decir que no haya relación entre el acontecimiento y la fotografía. Susan Sontag, en su famoso ensayo “Sobre la Fotografía”, escribió: Una fotografía no es el encuentro entre un acontecimiento y un fotógrafo. Es un evento en sí.

Una fotografía no es el encuentro entre un acontecimiento y un fotógrafo. Es un evento en sí.

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PIERRE POULAIN

Fotógrafo de calle profesional, conferenciante y autor del libro Fotosofía

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